Muchas cosas podrían decirse sobre este pequeño pabellón, pero hay una que merece ser resaltada: su simplicidad abarrotada. Son muchos los arquitectos y diseñadores que creen que la pureza y la simplicidad tan sólo puede conseguirse eliminando cosas, con finas aristas y el totalitario blanco. Así, la nueva arquitectura moderna hizo que desaparecieran muchos entramados de vigas, borró la mayoría de los marcos de ventanas y puertas, y ninguneó a los ritmos propios de cada material de construcción… Aquí se ha recuperado buena parte de todo eso, y se le ha sacado el máximo partido.
Los autores destacarían –con razón– la situación exenta de su pabellón como catalizador de nuevos espacios, creando secuencias y relaciones interesantes entre el nuevo interior y las nuevas zonas exteriores. Pero la decisión de alejar la nueva construcción de la antigua puede estar respaldada por otros factores igual de importantes. Al generar un edificio separado puede obviarse cualquier referencia material –que no visual– a su entorno. Esta idea viene reforzada por las líneas de sombra que aparecen en todos los bordes de unión del nuevo edificio con las preexistencias. De este modo se puede generar un nuevo cosmos. Así lo hacen los arquitectos de este pequeño pabellón, que idean un pequeño oasis de armonía en medio de la turbulenta apariencia de la ciudad.
Sencillez en la multiplicidad y armonía en la aleatoriedad; estos parecen ser los principios elementales de esta construcción, y esto mismo reflejan los diferentes bocetos del proceso creativo de sus diseñadores. No tienen miedo a mostrar el grosor de las cosas, ni sus necesidades estructurales. Enriquecen el proyecto con más elementos; y éste –contrariamente a lo que podría parecer– gana en sencillez. Se trata de una arquitectura sincera que tiene algo –aunque lejano– de los pabellones del te japoneses. Ritmo y frescura se funden en este pabellón, de la misma manera que las nuevas sinergias espaciales funden su interior con el exterior.
©Ramón Alemany, 2021
