Doxa y Episteme: La dualidad del conocimiento · Ricardo Marco

Desde el mito de la caverna de Platón, pasando por el origen de la pintura-según Plinio El Viejo- que sitúa en Corinto, cuando una dama, ante la inminente partida de su amado, decide trazar el contorno de su sombra proyectada en la pared por la luz de una lucerna. El rol de la luz y la sombra, metáfora de la eterna dualidad, ha sido una constante dentro de la vida del ser humano y consecuentemente del arte. Si la forma de la ciudad es la cartografía de su historia, la luz y la sombra –en sus diversas interpretaciones- lo es de la historia del arte.

Las cuadernas del arte son infinitas y al tratar de agruparlas surge la condición de dualidad vinculada al ser humano. Nos movemos entre la bipolaridad y la dicotomía.

Por un lado los valores mediáticos, los iconos, los tótem, los mantras, los fetiches retóricos, la sociedad espectáculo de G Debord, las identidades clichés, lo que Suely Rolnik denomina identidades prêt a porter, lo transaccional, la cultura del olvido (donde no existe la reflexión y la crítica) porque todo es consumible, el marketing, el branding, los modos de «subjetivación singular» pero sólo para reproducirlos, segregándolos de su conexión con la vida y transformándolos en mercancías; las estrategias de la industria cultural.

Por otro lado nos encontramos inmersos en un sistema que se caracteriza por la importancia de lo cognitivo, la conectividad, los conceptos, la hibridación y la transversalidad de saberes frente a la compartimentación estanca del conocimiento.

La realidad es compleja, por ello el arte debe ser entendido como una invitación a reflexionar mediante la interrelación de múltiples campos y la investigación extradisciplinar. En definitiva poner en común la diversidad para conectarla, enriquecerla y subsumirla en una visión más holística. Salir de la dialéctica erística y superarla mediante la inteligencia colectiva que mejora la percepción de la obra artística es un magnifico ejercicio intelectual. No somos omniscientes y consecuentemente necesitamos esa cooperación participativa, de ese acto coral, para enriquecernos humana e intelectualmente. Una pieza artística está llena de meandros, en donde se esconden muchos mundos por descubrir.

Ese carácter transversal hace que las obras de arte sean “abiertas” capaces de espolear al espectador y de sugerir aspectos múltiples y poliédricos y siempre complementarios. Aunque en muchas ocasiones el conocimiento, la certeza, de las ideas, se puede obtener por exclusiones sucesivas-acotar un concepto diciendo lo que no es-.
Parece pertinente valorar en términos de juicio cognitivo y no sólo estético y sensorial. Frente a la estética entendida como forma de juicio, un planteamiento más inclusivo, global y amplio.
E. Panofsky establecía que la obra de arte es un producto de la mente que culturalmente cristaliza y da lugar a la forma». Las obras de arte entendidas como constructo, se convierten en ideas, en elaboraciones intelectuales puras y dejan de ser meras formas.

W. Blake en sus “proverbios del infierno” concretamente el 35 nos aclara “una idea llena la inmensidad”. La capacidad de evocación y reflexión del pensamiento es infinita. Somos irreductibles a las tesis únicas.

Por ello hay que rastrear la «urdimbre» que conecta el arte con la filosofía, la sociología, la música, la danza… en definitiva con la vida. Arte y vida son lo mismo.
POSICIONARSE ANTE ESTA DISYUNTIVA es la forma de tomar una actitud ante el hecho artístico. In nuce, reflexionar; sentir actitudes complementarias y condecir todo ello deben de ser el fin último del arte.

En el ojo vaciado se da esa doble condición, está inmersa en esa dualidad. De un lado es una publicación muy visual; de otro, un cuadernillo donde el espectador puede buscar una narración cognitiva que le satisfaga o de la que discrepe y con la que podrá interactuar.

 

©Ricardo Marco, 2021

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