Los pavimentos continuos, sin ninguna interrupción en su continuidad, acústicamente pueden llegar a ser muy aburridos, porque siempre presentan el mismo sonido, o más bien producen poco sonido.
Pienso en el acto de arrastrar maletas con ruedecitas sobre estos pavimentos, o circular con patinetes, bicicletas o monopatines. Casi no suenan, de tan monótonos que suenan.
Invariables y sin matices, los pavimentos continuos de microcemento se presentan como un todo infinito, que no admite grietas ni fisuras.
Su soberbia es incluso insultante, pero yo sé que deben resolver sus problemas de dilatación por efecto higrotérmico, o de agrietamiento por asentamiento o por el tránsito fortuito de vehículos de alto tonelaje.
Son casi inhumanos, porque nuestras caras se arrugan con la edad, mientras que esos pavimentos permaneces impertérritos con el paso del tiempo.
Incluso cuando sonreímos presentamos arrugas y nadie las considera negativas. Bueno, algun@s sí.
Cuando a ese pavimento le introduzco juntas y llagas, pierde su hegemonía porque lo descompongo en fragmentos. Esa es la solución. Mis pies empiezan a encontrar ciertas armonías y matices.
Ahora, al arrastrar una maleta roller, o el cochecito del bebé, o el patinete o la bicicleta o el carro de compra sobre esos pavimentos discontinuos, empiezan a emitir sus notas y melodías para quien quiera escucharlas.
E incluso los pavimentos modulados nos manifiestan su pequeño palpitar.
Los sonidos que ahora produzca en mi arrastrar cotidiano no van a semejarse con los diseños casuales. Puedo diseñarlos como me apetezca, con llagas y juntas que se asemezcan a mis arrugas.
¿Serán pavimentos que sonríen?
Quiero diseñar el pavimento discontinuo de un aeropuerto, o de un supermercado, o de una ciudad, para que suenen distintas armonías, puesto que la monotonía puede vencerse con la melodía y el ritmo.
Pero no he encontrado todavía las notas precisas para ello.
Ya las buscaré, haciendo que las discontinuidades formen llagas y juntas que pertenezcan incluso a módulos complejos, a relaciones de números de oro, modulores de Le Corbusier o series de Fibonacci. O al hacer que algunas sean huecas con resonadores o con gruesos distintos, o variando el soporte, o achaflanando el canto y pensando más seguramente encontraré más formas de pulsar sus notas.
De momento me conformo con el ritmo de mi maleta roller, en ese continuo arrastrar aeropuerto tras aeropuerto.
Por suerte, algunos diseñadores me disponen llagas transversales de vez en cuando.
Dameros malditos, cenefas perimetrales o inoportunas variaciones, sed bienvenidas.
©Francesc Daumal, 2021