Las intervenciones en el patrimonio construido son siempre polémicas. El cambio de paradigma que se está produciendo en los últimos años ha polarizado cualquier actuación sobre nuestros monumentos, sobre los que pesa todavía la gran sombra de las interpretaciones lecorbuserianas de la Carta de Venecia. La intervención sobre la antigua muralla de Teruel no escapa a esta controversia, más aún por su gran tamaño.
En esta actuación existe un doble criterio de intervención, basado en los diferentes niveles de reconstrucción que se necesitaban: las partes menos devastadas se reconstruyen mediante técnicas más parecidas a las originales (estucados de cal, sillares de mampostería…) mientras que los grandes volúmenes que se quieren recuperar se levantan con tecnología moderna (muros de hormigón convenientemente tintados). Los argumentos de los arquitectos parecen sólidos, pero si se reflexiona sobre la naturaleza de este tipo de intervenciones –y se analiza el resultado– la percepción puede cambiar.
El temor a cometer un falso histórico (y a enfrentarse al peso de la ley) ha prevalecido ya en demasiadas ocasiones por encima de la necesidad de generar conjuntos armoniosos y bellos. La modernidad nos ha acostumbrado demasiado rápido a ese tipo de contrastes que encontramos desde en catedrales hasta en cascos antiguos. En la muralla de Teruel existe un enorme testimonio de hormigón que demuestra este punto. Los arquitectos apoyan toda su intervención sobre rigurosos estudios arqueológicos y en su memoria dejan patente que quieren evocar a los antiguos tapiales de yeso con mampostería encofrada mediante el uso de un encofrado del hormigón en horizontal. Viendo el resultado obtenido, tan sólo cabe esperar que el tiempo dulcifique sus líneas y humanice sus facciones.
Menos desagradables –y más respetuosos– son los refuerzos de hormigón de cal que se han dispuesto en partes ocultas de la muralla para consolidarla; aunque las mejores intervenciones (admirables) son las reconstrucciones que se han llevado a cabo en las torres, realizadas con sillares y forjados de madera, así como la reconstrucción del estucado tradicional en la parte superior de unos de los tramos de la muralla.
No cabe duda de que esta intervención servirá como modelo a futuros arquitectos para demostrar las diferencia de compatibilidades entre los diferentes materiales empleados, aunque no falten ejemplos sonados (como el del Partenón). Falta valentía por parte de todos los agentes involucrados en las actuaciones sobre el patrimonio (empezando por la administración pública) para aprender valorar las intervenciones más tradicionalistas, que no sólo recuperan costumbres locales (patrimonio inmaterial) sino que además apoyan a la producción de los artesanos del lugar (tan necesitados en nuestra economía globalizada). Pero por encima de todo debe seguir prevaleciendo el monumento, para lo que hace falta recuperar esa sensibilidad hacia los conjuntos construidos por varias manos pero aún así unitarios, imperfectos pero bellos, heterogéneos pero llenos de armonía.
©Ramon Alemany, 2021