Tocar y golpear · Daumal

Paseamos cotidianamente por las calles de nuestras ciudades, recorremos sus avenidas y callejuelas, plazas y parques, y accedemos a sus arquitecturas públicas o privadas, sin apenas darnos cuenta de la música que generamos con nuestras manos.

Constantemente componemos unos paisajes sonoros que, si les prestamos la atención suficiente, nos enseñan nuevas interrelaciones entre quienes los interpretan y los lugares en que se producen.

Por ello, podemos adjetivar, los espacios y sus acústicas, e incluso los materiales. Nuestras manos van dando golpes constantemente con muchos objetos que nos evocan músicas nuevas o cotidianas, que hemos vivido o que en breve encontraremos.

Nuestro espacio personal e íntimo está dentro del radio de acción de nuestra mano. Lo que sucede fuera de este radio es precisamente un “más allá”. Por eso, no tenemos miedo del sonido de nuestra mano porque está en ese límite. Cuando damos la mano, hemos dejado una entrada y los sonidos de esa mano en ese “radio personal” solo pueden preocuparnos si no los conocemos.

Se trata pues de conocerlos y saber para qué sirven los sonidos que se generan especialmente en este espacio íntimo. Podemos percibir claramente la caricia de las yemas de nuestros dedos sobre las diferentes superficies.

Como las vemos, cuando esas superficies son de las paredes, de una puerta o de una mesa, percibimos perfectamente el sonido que produce. Ahora la percepción visual se refuerza con la localización sonora a poca distancia y además podemos aprovechar la resonancia del mismo elemento, de la sala y también la transmisión sólida a través del propio material.

Pero, ¿qué ocurre si nos colocan una venda delante de nuestros ojos?

 

Las manos del alma, El Maestro Roncador, 1914, SEA, Madrid

Y el Maestro dijo:
—Pasad de uno en uno.
Y el Maestro dejó pasar a los alumnos, que fueron entrando en el aula con los ojos vendados.
El Maestro le preguntó a un alumno si podía reconocer un material sólo por el sonido producido con la mano sobre el mismo, sin verlo.
El alumno golpeó con los nudillos el material y dijo:
—Es un panel.
A lo que el Maestro le reprendió diciendo:
—Has hecho bien, es evidente que es un panel, aunque muchos harían lo mismo que tú, ¿Seguro que no puedes decir nada más?
El alumno no supo responder.
El segundo alumno, que era muy fuerte, golpeó el material con el puño. Se oyó un sonido de entre chocar de varios materiales entre sí unido a una vibración. El alumno dijo que era un panel unido a la pared por una subestructura metálica. El Maestro le felicitó porque la fuerza había desvelado el modo de unión del panel con la pared. Pero le preguntó qué más podía decir, a lo que el alumno no pudo añadir nada. El Maestro le dijo que existían más formas de tocar ese panel a fin de conocerlo.
Un alumno levantó la mano y el Maestro le invitó a participar acompañándolo hasta el panel.
El alumno repiqueteó con las uñas la superficie del material, y dijo en plan sobrado:
—Es un panel de madera.
El Maestro le felicitó, ya que había descubierto cual era el material. Y preguntó a la clase si ya lo sabían todo de ese panel de madera y de su forma de unión con la pared. Nadie más dijo nada.
Pero la alumna aventajada levantó la mano. El Maestro la acercó al panel y vio como ella lo tocaba con las yemas de los dedos, acariciándolo, rozándolos a contra veta, obligando incluso a hacer vibrar sus dedos.
Asombrado, el Maestro oyó que ella, con los ojos todavía vendados le decía:
—Es un panel de madera, y seguramente está mal anclado a la pared, pero es muy liso, como una pizarra para “Vileda” (rotuladores de agua), y seguramente por ello, su color sea blanco y satinado.
Y el Maestro concluyó:
—Se puede conocer mucho más de cuanto nos rodea mediante el sentimiento que con la vista y el oído.

 

©Francesc Daumal, 2021

 

©Francesc Daumal, 2013

 

©Francesc Daumal, 2013

 

©Francesc Daumal, 2022

 

©Francesc Daumal, 2022

 

 

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